Bosquejos de una novela aún sin nombre

mauser18

 

 

-Tengo que matar a mi madre-, me dijo Maiq mientras las salpicaduras de sangre del maldito camello, que había intentado pasarnos regaliz por hachís, llenaban mi rostro de su calenturiento líquido vital. La verdad, lo que más me molestaba de la sangre era quitarme ese olor a rancio o pollo muerto que parece penetrar en la piel y en la ropa, por ello pensaba más en el sentido de la frase de Maiq, que en la misma sangre y, desde luego, para nada en el camello, él se había buscado que le separasen la cabeza de su fláccido y gordo cuerpo. Rato después, en el pub, semioscuro, en uno de los reservados, que no eran reservados, sino sillones pensados para que las parejas follaran con algo más de intimidad que en los portales de su casa. Frente a una de las legendarias hamburguesas que preparaba El Clapton, dueño del bareto y enamorado del eterno concierto del grupo Supertramp que dieron en París, creo en el 76 y, como en ese momento, siempre tenía sonando en el local y que, aún más, hacía incomprensible que le llamaran El Clapton. En realidad, creo, debía de ser un cocinero frustrado porque, los bocatas guarros, frankfurt, chistorra, lomo con queso y huevo frito, las hamburguesas y un montón de bocadillos más, el tío los hacía buenísimos. Por eso íbamos siempre al “Breakfast”, que así se llamaba el pub en honor al disco “Breakfast in América” en honor, cómo no, a Supertramp, a comer unos buenos bocatas porque el hachís abre mucho el apetito, como nos lo había abierto a mí y al Maiq, el que le habíamos quitado al puñetero camello que nos había intentado timar y cuya sangre, joder, era tan pegajosa y maloliente, que tuve que pasar antes por casa de la Vieja para cambiarme y ducharme. El Maiq, no sé cómo , pero le pasaba como en las películas malas y tope de gores, en las que el protagonista parecía que por mucho que machacará a sus enemigos y los convirtiera en poco más que carne picada, nunca se manchaba. Así que, mientras yo me cambiaba y duchaba, él había llegado antes y había pedido los bocatas, el suyo, siempre, era increíble, un bocadillo de chorizo ibérico, una barra de pan de cuarto entera, sólo con aceite de oliva y pimienta negra. El cual engullía, como ahora, frente a mí, antes incluso de que yo acabase la hamburguesa que, aunque grande, porque eran más grandes de lo normal, mucho más que las de esas mierda de hamburgueserías americanas. Ambos, centrados en nuestro bocatas pero, yo, especialmente aún con el sonsonete de su frase anterior, -Tengo que matar a mi madre- Porque, con él, era difícil, en muchos casos, saber a qué aferrarte, nos conocíamos del barrio desde críos, aunque él había ido de un lado a otro, yo más allá del centro de la ciudad y del polígono industrial cuando trabajaba, no había ido nunca. Pero él sí y contaba, a veces, algunas historias que en un principio eran increíbles y que yo, echando el humo del porro, si quiera me preocupaba en discutir, afortunadamente, porque con el tiempo aprendí que, por muy increíble que fuese lo que él te contase, siempre aparecía alguien que repetía la misma historia pero, incluso, más salvaje. Por ello, creía todo lo que decía pero, también, había que interpretar muchas veces sus frases y, con ésta, no estaba seguro de si hablaba, psicológicamente, de apartar de su mente a su madre, una hija de la gran puta donde las hubiese, matándola simbólicamente. Aprovechando que, una vez más, había desaparecido del barrio, seguramente con algún Sin Escrúpulos convencido de que ella se iba con él por su enaltecido por ella como enorme miembro viril cuando, como siempre, lo único que quería era agotar hasta el último de sus billetes gastándolo en heroína. O, como también cabía la posibilidad con Maiq, esperar a que ésta, su madre, volviera a aparecer después de desplumar al incauto y matarla realmente.

 

-Tiene que estar al caer -comenzó Maiq interrumpiendo mis pensamientos con la boca llena del último bocado del enorme bocadillo- ese desgraciado con el que se fue no tenía tanta pasta.

 

-¿Tú madre? .pregunté yo, también con la boca llena del segundo bocado a la hamburguesa-

 

-Sí, a esa hija de puta la voy a quitar del medio, ya me he cansado de ella.

 

-¡Joer, Maiq! Es tu vieja, ya sé que ha sido un poco hija de puta pero…

 

-¡Qué no me llames, Maiq, joder! -me interrumpió él casi como de forma rutinaria, no le gustaba que le llamasen Maiq tan malsonante como podía sonar el nombre de un cantante famoso, al que, la verdad, él se parecía mucho, pronunciado por gente que apenas sabía hablar y que, obviamente, habían apodado-

 

-Ok -respondía yo, también rutinariamente-

 

-Ya me he cansado, joder, hace treinta y pico de años que la aguanto

 

-Desde que te parió, joer, como yo aguanto a la mía -le interrumpí-

 

-La tuya es una santa, joder, porque aguantarte aún en casa con la edad que tienes…

 

-¡No encuentro curro, hostias! Ya lo sabes, cómo voy a irme a un piso…

 

-No me cuentes milongas, qué soy yo -zanjó mirándome directamente a los ojos, con los suyos de un color pardo claro capaces de asemejar una profundidad insondable donde muchos se habían perdido-

-Vale, pero porque no pasas de tu vieja, al fin y al cabo, cualquier día un mal chute de caballo la va a dejar tiesa.

 

-¡¿Esa?! Esa no se muere como no le corte la cabeza.

-…lo he visto en su mirada – finalizó La Penas, la madre de Maiq, a su Sin Escrúpulos de turno mientras se preparaba un chute de heroína. Tenía un cuerpo exuberante y sinuoso, teñida de rubio barato y, en unos años, los ochenta casi noventa, que ninguna mujer lo hacía, completamente rasurada porque, decía ella en cualquier momento, -…no puedo tener el pelo rubio y el chocho morenote- Su vida no había sido especialmente fácil, con apenas diez años y recién convertida en mujer, una de las constantes violaciones a las que le sometía su padrastro, un mecánico incapaz de manejar una llave inglesa, dio el fruto inesperado, esto es, a Maiq, con el que, durante muchos años, se hizo pasar por su hermana. Incluso, ahora, en según que situaciones, continuaba haciéndolo ya que, no sólo porque la naturaleza le había dado un cuerpo irresistible para los hombres o mujeres, sino también extremadamente resistente y afortunado. Pues, aún tras el constante mal trato a base de drogas, alcohol y una vida sin descanso, parecía mucho más joven de sus apenas cuarenta y pocos años y, lo que hacía mucho daño a su hijo, a Maiq, más joven que éste. El cual, quizá habría sido una fortuna para ambos, estuvo a punto de perder a manos del gobierno cuando, embarazada de ocho meses, harta de los abusos de su padrastro, muchas de las veces, frente a su madre en la misma habitación. Entró en el dormitorio de ambos, cuando dormían, con un enorme cuchillo de carnicero cortó los genitales de él y colocó el cuchillo en manos de su madre borracha hasta perder el sentido, como cada noche, incapaz de despertar por los lastimeros gritos de su castrada pareja, Hasta que, un rato más tarde, uno de los agentes que acudió a la asustada llamada de la jovencísima y embarazada La Penas, casi la tiró de la cama empapada en la sangre del inerte cuerpo de su compañero. De la pequeña, la madre de Maiq, La Penas, finalmente se hizo cargo la hermana de un cuñado de la cuñada de una cuñada de una amiga de su madre, que celebró la pequeña ayuda que el gobierno le asignó por su inesperada responsabilidad para con la futura madre infantil y que, ésta, pasados pocos años, le agradeció envenenándola y ocultando su cuerpo en un congelador hasta que, poco tiempo después, uno de sus Sin Escrúpulos, transportaría a un desguace donde fue destruido y compactado con otra chatarra, para que La Penas, tuviese un piso de propiedad, cobrase, aún seguía haciéndolo, la pensión de la mujer y, durante muchos años, incluso la ayuda económica que daba el gobierno por ella. Así era La Penas, la madre del Maiq, una maldita hija de puta sin escrúpulos que, ese día, nosotros no podíamos saberlo, intentaba convencer a su nuevo Sin Escrúpulos, que le ayudase a acabar con Maiq, con su propio hijo.

 

-No será para tanto, Penas -le respondió el hombre acariciando sus pies sin que por ello impidiera que ella continuara preparándose su chute-

 

-Conozco bien a mi hijo y, ésta vez, quiere matarme, lo sé y, no sé qué voy a hacer porque… -se interrumpe rota por un llanto tan falso que, si quiera, enrojece sus ojos y, mucho menos, le impide continuar con su labor de preparación del postrero pico pero que, sin embargo, el “lumbreras” de turno, desnudo como ella centrado en sus pequeños pies, es incapaz de percibir.

 

-No te preocupes, mi amor, Billy El Niño se hará cargo de él.

 

-Tú… -comienza la Penas, interrumpiéndose para sentir la droga entrando en la vena que acaba de pinchar- …tú… no tienes muchas… luces, Billy El niño es ese… africano impotente con cien años que ya no… ya no…

 

-Te equivocas -le interrumpe el Sin Escrúpulos, a la par que asciende besando una de sus piernas hacia la entrepierna de la mujer- …no es ese Billy el Niño del que yo hablo… Es mucho más joven…

 

-¡Aaaaahhhhh!!! -gime posesa ella cuando el hombre no sólo calla, sino que, cual si de una jugosa rodaja de melón se tratara, imbuye su rostro en su lampiña entrepierna-

 

-Eso, gime de placer ¡Zorra! -le gritaba el Maiq a una perra sin raza mientras la montaba otro perro, un mil leches también, cuando, yo aún no había terminado la hamburguesa, entró el Pecas riendo en el Breakfast e invitándonos a ver el espectáculo justo en la puerta del pub. Enseguida volvimos a entrar y yo a acabar de comer la hamburguesa, mientras el Pecas, un pelirrojo cuyo rostro parecía más una mancha andante por la ingente cantidad de pecas que tenía que un semblante definido, le pedía una birra a El Clapton y se sentaba con nosotros.

 

-¡Clapton, quita esa mierda de Supertramp y pon algo de punk! -le gritó El Pecas abruptamente-

 

-¡Eso, pon algo de La Polla! -le apoyó Maiq- ¡El disco de Salve, joer!

 

-Cuando acabé de hacer los bocadillos -respondió El Clapton desde su minúscula cocina tras la barra-

 

-¡Joder, esos pueden esperar un minuto ¿Verdad? -espetó Maiq a uno de los grupos de chavales, algo pijos pero cutres y ridículos con su ropa barata de mercadillo, sentados en otro de los reservados.

 

El Breakfast estaba más o menos lleno, como siempre, estaba El Guerras en la maquina de marcianitos, le llamábamos así por la película de Spielberg “Juegos de Guerra” porque era un pirado de las putas maquinitas. El Moro Mierda, como el personaje del Makinavaja de la revista “El jueves” porque sin ser marroquí o árabe, siempre vestía con chilaba y babuchas de esas con la punta girada hacia arriba y un montón de gente más, pero los puñeteros seudo pijos de postín tenían que dar por culo con sus bocadillitos. Aunque, todos lo sabíamos, El Clapton, como mucho, cambiaría a algún otro disco de Supertramp, no pondría nada de lo que le pidiésemos. Así que, mientras El Pecas y Maiq hablaban de asaltar una joyería de la zona pija de verdad, en el que yo jamás participaría porque soy medio cafre para esas cosas, me centraba en acabar de una vez mi hamburguesa con cuyo último bocado, casi me atraganto cuando, inesperadamente como salido de ningún sitio, frente a nosotros apareció un niño de poco más de diez años con una bolsa plástica repleta de muñecos, Madelman, pantalón corto de deporte rojo un par de tallas más grande, unas bambas, las incomodísimas zapatillas azules con puntera y suela de goma blanca gastadísimas y rotas y una desgastada camisa de cuadros rojos y blancas.

 

-¿Tú eres el Maiq? -espetó con su aguda voz mirando a Maiq con sus insondables ojos azules, a lo que sonriendo divertido asintió el aludido- Bien.

 

Zanjó finalmente el crío antes de extraer de la bolsa una vieja Mauser que parecía una pistola de juguete y sin una sola palabra, apretó el vetusto gatillo. Durante una décima de segunda, la de la sorpresa ante un hecho tan inesperado de un crío extrayendo un arma, pareció que la cansina música de Supertramp se detenía, que el inacabable sonido de disparos de naves marcianas de la máquina de videojuegos, además de los incontables golpes de las manos de El Guerras apretando los botones de disparos e incluso el sonsonete del resto de la gente y, especialmente, el insoportable del grupito de míseros pijos del barrio, desaparecía y el silencio, cual losa de cemento, tomaba por completo el Breakfast. Un instante de quietud, pánico y, paradójicamente, sonrisa sardónica de Maiq, capaz de expresarse de forma escueta coincidiendo con la desaparición de ese irreal segundo de silencio, con el topetazo sonoro del entorno y de la misma Mauser golpeando con el martillete el explosivo del proyectil.

 

-¡Hija de puta! -espetó Maiq a la par que se movía el milímetro justo a un lado para que el proyectil se incrustase en la pared y lanzara el plato que había ocupado el bocadillo de chorizo ya acabado, hacia el crio. Coincidiendo con la pequeña fuerza ejercida por el niño para apretar el vetusto gatillo del arma y la incrustación del proyectil en la pared, justo tras la nuca de El Pecas, al ser atravesada u cabeza por la bala cuando, el plato lanzado por el Maiq hacia el crío, ha sesgado su cuello provocando que su mano se moviera bruscamente, cambiando involuntariamente su objetivo. Y, su cabeza, cual bocadillo servido por El Clapton, acabe sobre el plato en el centro de la mesa de los pijos de barrio, con la consiguiente desbandad de éstos y la sangre del cuerpo infantil, antes de caer inerte contra el suelo, cual fuente desbocada, salpique de sangre nuestra mesa y a mí, más concretamente.

 

-Lo ha enviado mi madre, la muy hija de puta -exclama un sorprendentemente impoluto Maiq, obviando el caos repentino de todo alrededor, con El Clapton saliendo de la cocina hacia la barra cabreado, el resto de comensales, además de los pijs abandonando el local aterrados y aprovechando para hacer más de un “Sinpa”, es decir, yéndose sin pagar. Salvo El Guerras, que sigue enfrascado en la máquina como si no hubiese pasado nada y yo, otra vez empapado en sangre viendo como el cuerpo de El Pecas, muerto, se dobla por la cintura y provocando que su cabeza, atravesada por la bala, golpee bruscamente contra la mesa como colofón final sonoro, todo ello, con Supertramp sonando a modo de banda sonora macabra… (Continuará)

yon raga kender

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