Álgido numen asombroso

f

“Fuiste y eres”, jamás van juntos,

pero cuando esos tiempos coinciden,

el alma que no tienes se rompe,

estalla en mil pedazos de júbilo y,

a la vez, de aflicción y tristeza.

Componiendo un imposible globo

repleto de exaltación y millones de porqués,

trillones de porqué deje de ser,

cientos de millones de incomprensiones

que, si bien la sazonada mente intenta justificar,

ese yo que no entiende de razones,

borra con cuatro acelerados latidos y un

“Solo con sentir siempre habría sido somos”

Ahora ya, aun cuando “fuiste y eres”,

son una realidad, un tangible imposible,

“Llegar y estar”, esos puntos finales

de los separados caminos iniciados en el “Fuiste”

hasta el “eres”, rompen, no ya la voluntad,

sino la irrealidad.

Esa quimera que, durante un “Eres”, se materializa

e implosiona frente a ti en mil brillantes centellas,

cual cegador espectáculo nocturno de juegos artificiales.

Que, una vez finalizado, te deja en la oscuridad

de la mágica noche donde, de eso no hay duda,

existe la eternidad de “Fuiste y eres”.

yon raga kender

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Quizá, siempre quizá o quizás, siempre es lo mismo

Quizá, siempre quizá o quizás, las canas, pelaje blanquecino que evidencia, en la mayoría de los casos, una edad avanzada. Me transportan a aquellos años donde, únicamente, los doctos y, por ende, seres de níveo aspecto, estaban capacitados para opinar. No voy a caer ni en el error y, mucho menos, en el estúpido bulo de aseverar con ello que los varones eruditos provectos son quienes tenían o tienen razón y certidumbre, tampoco lo contrario, sino que, desde luego, no cabe duda ni discusión alguna, que estaría hablando de una época, a veces creo que no acabada, donde no sólo se denostaba y marginaba al género femenino sino que se intentaba mantenerlo tras un velo de mampostería estético. Así, insisto, no hay duda, habría que, no agregar, sino sumar ese género sin necesidad de caer en la insana costumbre actual de adjuntar un vacuo eufemismo de grandilocuencia y, en la mayoría de los casos, infundado engrose de su intelecto de ese género, sino por la lógica aplastante de la imposible segregación de índole. Esto es, no hay representante nonagenario, sea del género que sea, que no intente imponer su sabiduría en base a los incontables abriles de su existencia. Y, en cierto modo, es incuestionable porque, la experiencia, esto es, vivir una larga vida, debería aumentar la erudición pero, nótese, que he escrito debería, no, da; porque, no hay duda, aunque se tenga una edad avanzada si una persona nace lerda, como la mona, lerda se queda. Y, no hay subterfugio machista alguno en ese “como la mona”, sino sencillamente un atajo comprensible popularmente. Pero, aún disfrutando en los circunloquios, ambages y distintas perífrasis en las que me encanta incurrir, quiero ir directamente al porqué de ésta reflexión sin sentido porque, si bien entiendo que hay mucho ser necesitado de añejarse para llegar a un mínimo de entendimiento, acepto y admiro, desde luego, al minúsculo grupúsculo, me encanta la sonoridad, de chaveas cuyo intelecto les permite atesorar sabiduría sin necesidad de apenas haber vivido. Pero, de nuevo, nótese, que he escrito “minúsculo grupúsculo”, no como algo político que, no hay duda, en cierto modo cualquier comprensión social, implica política y, desde luego, filosofía. Sino como un pequeño y selecto conjunto de seres humanos capacitados de forma excepcional que, además, no olvidemos, un día mesaran canas. Porque, casi todos y todas, entes mundanos, necesitan, necesitamos, no únicamente años de experiencia sino, también, un sinfín de conocimientos aprendidos y aprehendidos. Y, sin embargo, en la mayoría de los casos, son éstos últimos quienes se creen no sólo con el derecho a opinar sino con el deber de aleccionar a toda la sociedad. Cuando, como también ocurre en la edad provecta, quien realmente está capacitado para entender y, quizá, incluso llegar a instruir, sencillamente se mantiene al margen hasta que es consultado, respondiendo al consultor o consultora sin, bajo ninguna circunstancia, crear sentencias inapelables y aún menos públicas. Llegados a éste punto y tras la pesada palabrería, incluso es posible llegar a confundirse con la finalidad del texto, sin embargo, creo, es exponencialmente nítido aquello que subyace bajo todo ello. Como cercano ser a la edad de necesitar tierra, como definiría más de un cómico a la vejez, he comenzado hablando de aquellos años donde la verdad, parecía hallarse en boca de los ancianos y ancianas. Quizá, como doy inicio al texto, siempre quizá o quizás, extrapolando todo ello a éste momento actual, no me refiero especialmente al enfermizo y aterrador momento vírico, habría que echar mano al refranero popular con el manido “dime de qué presumes y te diré de qué careces”.

Y petulantes, presumidos y presumidas o presumidas y presumidos, no importa el orden, cada día hay más. Cualquiera, y en ese “cualquiera” hay un deje de desprecio, se cree con el cometido de extraer a su entorno, hoy en día gracias a la gran red de comunicación el mundo entero, de su ensimismamiento. Y, desde aquí, un rincón apartado de esa misma urdimbre global, pregunto ¿Quién coño se han creído qué son?

Y, quizá, siempre quizá o quizás, puedo cuestionar a ese execrable enorme número de presuntuosos petulantes porque no asevero, aconsejo u opino absolutamente de nada. Únicamente llamo la atención sobre un sorprendente hecho que, quizá como diría Cervantes o Quevedo, -¡A fe mía, sorprende!- Una sorpresa radicada en la aceptación por parte de una inmensa mayoría, de la sarta de necedad y sandez infundada. Arbitraria, insostenible y disparatada basada en la irreflexión de quien, sin género concreto, cree estar en posesión, no ya de la verdad, ésta misma insustentable y escurridiza siempre dependiente de un entorno y unas formas; sino de la libertad de embarrar el pensamiento ajeno con su irracionalidad espontánea ligada a su momentánea acritud o satisfacción. Y, nótese, que no he plasmado en ningún momento mi conocida aversión a cualquier tipo de creencia indemostrable, tampoco al inexplicable, al menos para mí, sometimiento a ancestrales rituales someramente actualizados. Que, en la mayoría de esos lerdos y lerdas parlanchines y parlanchinas amantes de un contemporáneo populismo teñido del color que elijan, siempre subvencionados por el patrimonio familiar, se halla soterrado entre sus vacuos y toscos textos compuestos de la deformación del plagio de frases históricas o escuchadas cual lejanas campanas. Y, con todo esto, desde luego, no hago una velada llamada a la extorsión de la libre expresión, absolutamente de ninguna manera pues, incluso en la frase más aberrante y sin sentido, en un momento concreto, se puede hallar una respuesta o una indirecta pista hacia una aparentemente inalcanzable explicación. La expresividad del ser humano, aún cuando no se comparta, es una de las herramientas fundamentales para llegar a una comprensión que, en la mayoría de los casos, únicamente tiene valor personal. Y, es, precisamente, esa personalización del entendimiento la que se debería compartirse pero, de ninguna manera, emitirse como dogma inamovible. Practica en boga, la de dogmatizar, llevada a cabo por innumerables pedantes y repipis sin distinción de género o edad concreta que… Sí, llegado a éste punto, he caído en la reiteración pero, ni mucho menos, por carencia de argumentación, para nada, sino porque ese es, no ya el mensaje, pues no soy quién para anunciar absolutamente nada, sino el percance que, a éste que suscribe, ha llamado enormemente la atención y cuya intención, además de beneficiarse del disfrute de la escritura, no es otra que la de hacer hincapié en ese, al menos para mí, sorprendente e innecesario hecho. Que, insisto, lejos de hallarse circunscrito a edad o género, se ha convertido, incluso, en sustitutorio de titulares periodísticos, escritos o visuales, y en carnaza para las bestias. No hay duda, tampoco, que indirectamente se debe al momento transitorio en el que nos encontramos, un paréntesis entre el paleolítico de la comunicación precedente y el futuro casi literario hacia el que nos abocamos. Un mañana, aún por descubrir, donde, a buen seguro, porque el ser humano tiene un carácter innato ligado al sometimiento de la razón por insustanciales líderes carismáticos, que no inteligentes, volveremos a la supresión de la libertad de expresión y el libre albedrío. Causado, quiero pensar que involuntariamente, por esa depravación de la insatisfacción convertida en orgía de párrafos mal o perfectamente redactados, repletos de estulticia y vómito irracional.

yon raga kender

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Somos Patéticos

Sí, somos patéticos porque, la gran mayoría, por ejemplo, procede de un núcleo familiar, mejor o peor pero, al fin y al cabo, un ente donde existen jerarquías e, incluso, si va más allá del moderno trío, clases sociales. Eso sin olvidar que, cualquier familia creada procede de otra familia donde, los roles son inamovibles y, de igual manera, existen unos mandatarios, distintos “títulos nobiliarios” y, evidentemente, una plebe. Es decir, una familia es, en sí mismo, el ejemplo más nimio de una sociedad y su gestión, es decir, Papá, sí, aún hoy en día cuando el papel de la mujer parece equiparase al del hombre, sigue siendo quién, en la mayoría de los casos, se autodenomina responsable familiar. Es evidente que, Mamá, incluso aquellas que se niegan con razón a aceptar el sempiterno papel secundario y dependiente, continúa siendo quien ostenta la auténtica responsabilidad y base familiar. Bien, Papá, que sigue siendo el mismo niño que algún día fue, un buen día alude a la vejez del vehículo familiar y, tras serias disputas con Mamá, cuya consciencia de la situación familiar es mucho más real que la de su conyugue. Siempre capacitada para no olvidar jamás que el vástago o vástagos, son una continua aspiradora de necesidades a las cuáles, salvo en casos contados, alguna ayuda externa de miembros familiares de uno u otro, evidentemente, son ellos los que deben proveerlas. No obstante, Papá, finalmente, accede a su diligencia familiar de último modelo, aún a detrimento, no sólo de la siempre responsable Mamá, sino del vástago o vástagos, a los cuales, con la excusa de la precariedad económica o algún contratiempo contractual que ha agotado momentáneamente sus fondos, les privara de ciertos privilegios o dádivas para, de paso, marcarse un farol de responsabilidad exponiendo una ventaja del aprovechamiento de la oportunidad para disfrutar de un contacto paterno-filial que, hasta ese momento, parecían no desear. Claro que, en mente, si hemos llegado hasta aquí, no sólo tenemos mil modelos que puedan echar por tierra el ejemplo, sino que, según la creencia que nos hemos autoimpostado cada uno de nosotros, estaremos hasta recordando, sin haber nexo familiar a través de una práctica muy relacionada con la escatología, a algún antepasado de quien expone el ejemplo. No obstante, no es más que eso, una de las mil formas de intentar concatenar y exponer nuestro patetismo, ese que nos ha convertido en medianías sin voluntad flotando en un mar de incertidumbre, culpabilidad, obediencia y escepticismo. Y, no nos olvidemos, en el mar, según distintos credos, también hay un jerarca que, vaya, al parecer es el culpable de las corrientes marítimas y. desde luego, de todo aquello que acontece esa mayoritaria parte del planeta. Que, por otro lado, aunque nosotros o algunos alguién los hayan denominado, primero como mar u océano y, segundo, con distintos nombres, son la misma masa, por tanto, habrá algún autarca que gestione a los distintos caudillos de cada espacio marítimo. Bien, sin alejarme del patetismo del que somos copartícipes y, quizá, intentando esclarecer lo antedicho y, aún más, sin etiquetas negacionistas o positivistas, no hay duda que somos víctimas de una más de las mil zancadillas que, la Naturaleza, ese ente que creemos sólo visitamos los fines de semana salvo que, no hay duda, Papá, Mamá o el gobierno nos impongan restricciones, pertenecemos y de la que formamos parte aunque jamás pisemos, si quiera, una brizna de hierba. Algo ha ocurrido, bien sea deliberado o, como sería más lógico, naturalmente, en cualquier caso, nosotros no nos vamos a enterar jamás. Porque, tanto si unos dicen una cosa como si otros dicen otra, realmente, como ocurre en las familias, el vástago o vástagos, sólo se enteran de lo que los padres quieren, ya, a veces hay filtraciones pero ¿Qué interés esconden esas filtraciones, la búsqueda de la verdad, la venganza o son causa de un resentimiento, quizá más que lógico o incluso infundado, en ambos casos y, como en todo, con una irreprimible pátina de subjetividad? Por tanto, ¿Qué hay escondido tras esa, no hay duda de su existencia, inexplicable anomalía vírica? ¿Quién y con qué fin ha aprovechado esa deliberación o accidental invasión microbiótica? Y, lo que es aún peor ¿Qué mente maquiavélica ha sido capaz de orquestar, a buen seguro desde hace mucho tiempo, las hordas de pánico y superchería en nuestras patéticas mentes? Porque, tampoco hay discusión, quizá en algún momento de la historia, posiblemente muy reciente, fuésemos capaces de razonar e, incluso, de ostentar una opinión pero, seamos sinceros, ahora mismo y, desde algún tiempo, quizá por falta de interés o simple estulticia, tenemos una mente impermeable, pero no al agua sino a cualquier conocimiento que generase una opinión. Cual vástagos, hemos dejado deliberadamente el razonamiento en manos de papá y mamá, obviando que, en más ocasiones de las que seamos capaces de señalar, la misma voluntad parental, está en manos de algún lejano y, muchas veces, desconocido pariente. Alguien, cuyas metas u objetivos, no sólo nos resultan incomprensibles, sino totalmente ajenas y, desde luego, nada provechosas y aún menos fructíferas para nuestra patética existencia. Por ello, en nuestro patetismo, si nos “aconsejan” salir a la calle a la pata coja por el bien común, si quiera pensaremos y, todos, saldremos de nuestros hogares a la pata coja y, lo que es aún peor, casi estaremos esperando a los recursos personalizados, como gomas de colores que rebajen el cansancio de llevar una de las piernas dobladas. Patéticos, somos patéticos, crédulos y jilipollas, estamos viendo como las economías caen, como nuestros vecinos, lejos de percibir ayudas gubernamentales que, por otro lado, si nadie hubiese dilapidado los ingresos económicos del país, de la familia, podrían recibir y no verse en la agonía en la que se encuentran. Sectores donde la parte más visible vive mucho más que cómodamente y, en su placidez, única y fortuitamente de cara a la galería, declara la tragedia que, aquellos en los que se apoya su envidiable posición, están sufriendo en lugar de luchar y erigirse en adalides de… Son patéticos, como nosotros, como vosotros, como ellos, como todos.

La incertidumbre en la que vivimos, no se debe a la anomalía vírica, es debida a las formas inconexas y sin sentido de quienes, dicen, manejan el bien común. Que, no hay que olvidarlo ni discutirlo, son tan patéticos o más que nosotros, además de incapacitados para ver más allá de sus horondas barrigas. Porque, al margen de estadísticas que echarían por tierra sus más que falseadas y encubiertas cifras de contagio y muertes, el mundo se debe al trueque y, desde hace mucho, el trueque se convirtió en comercio, en intercambio de un valor supuesto por materias pero si no hay ese valor supuesto en el bolsillo de las personas porque no pueden fabricar, elaborar o distribuir las materias, se mueren de hambre y, ya, no hay bosques donde ir a cazar ni tampoco donde recolectar. Cierto es que, ese trueque se ha convertido en un capitalismo deslegitimado y malversado por los capitalistas, auténticos culpables de la degeneración del capitalismo no éste en sí mismo. Y, una vez más, tampoco hay duda alguna, esos mercantilistas sin escrúpulos, la mayoría, sin reconocimiento público alguno son quienes permiten, que no ayudan, las formas y maneras en que el mundo entero debe actuar. Éste gremio desconocido ha convertido el inicial y natural arte del trueque, en una maquiavélica y arbitraria máquina de mover el mundo, nuestro mundo y nuestras patéticas existencias. No en vano, por culpa o gracias a la anomalía vírica, esa cofradía de mercaderes sin escrúpulos ha incrementado un tanto por ciento muy elevado sus fortunas mientras, nosotros, patéticos, nos hemos empobrecido rozando la desesperación.

Ya, comenzamos leyendo una opinión subjetiva sobre la familia y la no menos particular perspectiva de ésta, criticada y vilipendiada por muchos de los que hemos llegado hasta éste punto del texto y, está acabando, como un ataque directo obra de un conspiracionista. Pero, una vez más, no hay duda, la anomalía vírica existe y está llevando a cabo su existencia, es imposible de atacar, no sólo, al parecer, médicamente, sino racionalmente, pues está consiguiendo su objetivo, propagarse e, incluso, superarse a sí misma mutando en cepas más agresivas, sin miedo ni tampoco incertidumbre. Porque, éstas, el miedo y la incertidumbre, han sido propagadas deliberada y agónicamente por unos poderes representados por patéticos acomodados que, en ésta tierra de conejos, por ejemplo, han permitido dilapidar y casi finiquitar el seguro sanitario privado más grande del mundo, la mal llamada sanidad pública. Impidiendo, no sólo facilidad a la hora de acomodar y tratar a los enfermos, sino investigar y paliar la puñetera anomalía vírica a causa, de nuevo no ha lugar a dudas, de pretéritas y actuales malversaciones de los fondos sanitarios, entre muchas otras cosas. Y, ésto qué supone en realidad, no sólo una herramienta aliena de exterminio velado, sino una precipitación casi irreversible a la sanidad privada que, no hay discusión, nadie sabe a nombre de quién está. No es conspiracionismo, es un intento de entender lo que acontece, de explicarnos en nuestro patetismo la aceptación ciega del nuevo orden mundial en el cual, aún más, seremos víctimas de nuestro chabacano e insultante patetismo.

Bosquejos de una novela aún sin nombre

mauser18

 

 

-Tengo que matar a mi madre-, me dijo Maiq mientras las salpicaduras de sangre del maldito camello, que había intentado pasarnos regaliz por hachís, llenaban mi rostro de su calenturiento líquido vital. La verdad, lo que más me molestaba de la sangre era quitarme ese olor a rancio o pollo muerto que parece penetrar en la piel y en la ropa, por ello pensaba más en el sentido de la frase de Maiq, que en la misma sangre y, desde luego, para nada en el camello, él se había buscado que le separasen la cabeza de su fláccido y gordo cuerpo. Rato después, en el pub, semioscuro, en uno de los reservados, que no eran reservados, sino sillones pensados para que las parejas follaran con algo más de intimidad que en los portales de su casa. Frente a una de las legendarias hamburguesas que preparaba El Clapton, dueño del bareto y enamorado del eterno concierto del grupo Supertramp que dieron en París, creo en el 76 y, como en ese momento, siempre tenía sonando en el local y que, aún más, hacía incomprensible que le llamaran El Clapton. En realidad, creo, debía de ser un cocinero frustrado porque, los bocatas guarros, frankfurt, chistorra, lomo con queso y huevo frito, las hamburguesas y un montón de bocadillos más, el tío los hacía buenísimos. Por eso íbamos siempre al “Breakfast”, que así se llamaba el pub en honor al disco “Breakfast in América” en honor, cómo no, a Supertramp, a comer unos buenos bocatas porque el hachís abre mucho el apetito, como nos lo había abierto a mí y al Maiq, el que le habíamos quitado al puñetero camello que nos había intentado timar y cuya sangre, joder, era tan pegajosa y maloliente, que tuve que pasar antes por casa de la Vieja para cambiarme y ducharme. El Maiq, no sé cómo , pero le pasaba como en las películas malas y tope de gores, en las que el protagonista parecía que por mucho que machacará a sus enemigos y los convirtiera en poco más que carne picada, nunca se manchaba. Así que, mientras yo me cambiaba y duchaba, él había llegado antes y había pedido los bocatas, el suyo, siempre, era increíble, un bocadillo de chorizo ibérico, una barra de pan de cuarto entera, sólo con aceite de oliva y pimienta negra. El cual engullía, como ahora, frente a mí, antes incluso de que yo acabase la hamburguesa que, aunque grande, porque eran más grandes de lo normal, mucho más que las de esas mierda de hamburgueserías americanas. Ambos, centrados en nuestro bocatas pero, yo, especialmente aún con el sonsonete de su frase anterior, -Tengo que matar a mi madre- Porque, con él, era difícil, en muchos casos, saber a qué aferrarte, nos conocíamos del barrio desde críos, aunque él había ido de un lado a otro, yo más allá del centro de la ciudad y del polígono industrial cuando trabajaba, no había ido nunca. Pero él sí y contaba, a veces, algunas historias que en un principio eran increíbles y que yo, echando el humo del porro, si quiera me preocupaba en discutir, afortunadamente, porque con el tiempo aprendí que, por muy increíble que fuese lo que él te contase, siempre aparecía alguien que repetía la misma historia pero, incluso, más salvaje. Por ello, creía todo lo que decía pero, también, había que interpretar muchas veces sus frases y, con ésta, no estaba seguro de si hablaba, psicológicamente, de apartar de su mente a su madre, una hija de la gran puta donde las hubiese, matándola simbólicamente. Aprovechando que, una vez más, había desaparecido del barrio, seguramente con algún Sin Escrúpulos convencido de que ella se iba con él por su enaltecido por ella como enorme miembro viril cuando, como siempre, lo único que quería era agotar hasta el último de sus billetes gastándolo en heroína. O, como también cabía la posibilidad con Maiq, esperar a que ésta, su madre, volviera a aparecer después de desplumar al incauto y matarla realmente.

 

-Tiene que estar al caer -comenzó Maiq interrumpiendo mis pensamientos con la boca llena del último bocado del enorme bocadillo- ese desgraciado con el que se fue no tenía tanta pasta.

 

-¿Tú madre? .pregunté yo, también con la boca llena del segundo bocado a la hamburguesa-

 

-Sí, a esa hija de puta la voy a quitar del medio, ya me he cansado de ella.

 

-¡Joer, Maiq! Es tu vieja, ya sé que ha sido un poco hija de puta pero…

 

-¡Qué no me llames, Maiq, joder! -me interrumpió él casi como de forma rutinaria, no le gustaba que le llamasen Maiq tan malsonante como podía sonar el nombre de un cantante famoso, al que, la verdad, él se parecía mucho, pronunciado por gente que apenas sabía hablar y que, obviamente, habían apodado-

 

-Ok -respondía yo, también rutinariamente-

 

-Ya me he cansado, joder, hace treinta y pico de años que la aguanto

 

-Desde que te parió, joer, como yo aguanto a la mía -le interrumpí-

 

-La tuya es una santa, joder, porque aguantarte aún en casa con la edad que tienes…

 

-¡No encuentro curro, hostias! Ya lo sabes, cómo voy a irme a un piso…

 

-No me cuentes milongas, qué soy yo -zanjó mirándome directamente a los ojos, con los suyos de un color pardo claro capaces de asemejar una profundidad insondable donde muchos se habían perdido-

-Vale, pero porque no pasas de tu vieja, al fin y al cabo, cualquier día un mal chute de caballo la va a dejar tiesa.

 

-¡¿Esa?! Esa no se muere como no le corte la cabeza.

-…lo he visto en su mirada – finalizó La Penas, la madre de Maiq, a su Sin Escrúpulos de turno mientras se preparaba un chute de heroína. Tenía un cuerpo exuberante y sinuoso, teñida de rubio barato y, en unos años, los ochenta casi noventa, que ninguna mujer lo hacía, completamente rasurada porque, decía ella en cualquier momento, -…no puedo tener el pelo rubio y el chocho morenote- Su vida no había sido especialmente fácil, con apenas diez años y recién convertida en mujer, una de las constantes violaciones a las que le sometía su padrastro, un mecánico incapaz de manejar una llave inglesa, dio el fruto inesperado, esto es, a Maiq, con el que, durante muchos años, se hizo pasar por su hermana. Incluso, ahora, en según que situaciones, continuaba haciéndolo ya que, no sólo porque la naturaleza le había dado un cuerpo irresistible para los hombres o mujeres, sino también extremadamente resistente y afortunado. Pues, aún tras el constante mal trato a base de drogas, alcohol y una vida sin descanso, parecía mucho más joven de sus apenas cuarenta y pocos años y, lo que hacía mucho daño a su hijo, a Maiq, más joven que éste. El cual, quizá habría sido una fortuna para ambos, estuvo a punto de perder a manos del gobierno cuando, embarazada de ocho meses, harta de los abusos de su padrastro, muchas de las veces, frente a su madre en la misma habitación. Entró en el dormitorio de ambos, cuando dormían, con un enorme cuchillo de carnicero cortó los genitales de él y colocó el cuchillo en manos de su madre borracha hasta perder el sentido, como cada noche, incapaz de despertar por los lastimeros gritos de su castrada pareja, Hasta que, un rato más tarde, uno de los agentes que acudió a la asustada llamada de la jovencísima y embarazada La Penas, casi la tiró de la cama empapada en la sangre del inerte cuerpo de su compañero. De la pequeña, la madre de Maiq, La Penas, finalmente se hizo cargo la hermana de un cuñado de la cuñada de una cuñada de una amiga de su madre, que celebró la pequeña ayuda que el gobierno le asignó por su inesperada responsabilidad para con la futura madre infantil y que, ésta, pasados pocos años, le agradeció envenenándola y ocultando su cuerpo en un congelador hasta que, poco tiempo después, uno de sus Sin Escrúpulos, transportaría a un desguace donde fue destruido y compactado con otra chatarra, para que La Penas, tuviese un piso de propiedad, cobrase, aún seguía haciéndolo, la pensión de la mujer y, durante muchos años, incluso la ayuda económica que daba el gobierno por ella. Así era La Penas, la madre del Maiq, una maldita hija de puta sin escrúpulos que, ese día, nosotros no podíamos saberlo, intentaba convencer a su nuevo Sin Escrúpulos, que le ayudase a acabar con Maiq, con su propio hijo.

 

-No será para tanto, Penas -le respondió el hombre acariciando sus pies sin que por ello impidiera que ella continuara preparándose su chute-

 

-Conozco bien a mi hijo y, ésta vez, quiere matarme, lo sé y, no sé qué voy a hacer porque… -se interrumpe rota por un llanto tan falso que, si quiera, enrojece sus ojos y, mucho menos, le impide continuar con su labor de preparación del postrero pico pero que, sin embargo, el “lumbreras” de turno, desnudo como ella centrado en sus pequeños pies, es incapaz de percibir.

 

-No te preocupes, mi amor, Billy El Niño se hará cargo de él.

 

-Tú… -comienza la Penas, interrumpiéndose para sentir la droga entrando en la vena que acaba de pinchar- …tú… no tienes muchas… luces, Billy El niño es ese… africano impotente con cien años que ya no… ya no…

 

-Te equivocas -le interrumpe el Sin Escrúpulos, a la par que asciende besando una de sus piernas hacia la entrepierna de la mujer- …no es ese Billy el Niño del que yo hablo… Es mucho más joven…

 

-¡Aaaaahhhhh!!! -gime posesa ella cuando el hombre no sólo calla, sino que, cual si de una jugosa rodaja de melón se tratara, imbuye su rostro en su lampiña entrepierna-

 

-Eso, gime de placer ¡Zorra! -le gritaba el Maiq a una perra sin raza mientras la montaba otro perro, un mil leches también, cuando, yo aún no había terminado la hamburguesa, entró el Pecas riendo en el Breakfast e invitándonos a ver el espectáculo justo en la puerta del pub. Enseguida volvimos a entrar y yo a acabar de comer la hamburguesa, mientras el Pecas, un pelirrojo cuyo rostro parecía más una mancha andante por la ingente cantidad de pecas que tenía que un semblante definido, le pedía una birra a El Clapton y se sentaba con nosotros.

 

-¡Clapton, quita esa mierda de Supertramp y pon algo de punk! -le gritó El Pecas abruptamente-

 

-¡Eso, pon algo de La Polla! -le apoyó Maiq- ¡El disco de Salve, joer!

 

-Cuando acabé de hacer los bocadillos -respondió El Clapton desde su minúscula cocina tras la barra-

 

-¡Joder, esos pueden esperar un minuto ¿Verdad? -espetó Maiq a uno de los grupos de chavales, algo pijos pero cutres y ridículos con su ropa barata de mercadillo, sentados en otro de los reservados.

 

El Breakfast estaba más o menos lleno, como siempre, estaba El Guerras en la maquina de marcianitos, le llamábamos así por la película de Spielberg “Juegos de Guerra” porque era un pirado de las putas maquinitas. El Moro Mierda, como el personaje del Makinavaja de la revista “El jueves” porque sin ser marroquí o árabe, siempre vestía con chilaba y babuchas de esas con la punta girada hacia arriba y un montón de gente más, pero los puñeteros seudo pijos de postín tenían que dar por culo con sus bocadillitos. Aunque, todos lo sabíamos, El Clapton, como mucho, cambiaría a algún otro disco de Supertramp, no pondría nada de lo que le pidiésemos. Así que, mientras El Pecas y Maiq hablaban de asaltar una joyería de la zona pija de verdad, en el que yo jamás participaría porque soy medio cafre para esas cosas, me centraba en acabar de una vez mi hamburguesa con cuyo último bocado, casi me atraganto cuando, inesperadamente como salido de ningún sitio, frente a nosotros apareció un niño de poco más de diez años con una bolsa plástica repleta de muñecos, Madelman, pantalón corto de deporte rojo un par de tallas más grande, unas bambas, las incomodísimas zapatillas azules con puntera y suela de goma blanca gastadísimas y rotas y una desgastada camisa de cuadros rojos y blancas.

 

-¿Tú eres el Maiq? -espetó con su aguda voz mirando a Maiq con sus insondables ojos azules, a lo que sonriendo divertido asintió el aludido- Bien.

 

Zanjó finalmente el crío antes de extraer de la bolsa una vieja Mauser que parecía una pistola de juguete y sin una sola palabra, apretó el vetusto gatillo. Durante una décima de segunda, la de la sorpresa ante un hecho tan inesperado de un crío extrayendo un arma, pareció que la cansina música de Supertramp se detenía, que el inacabable sonido de disparos de naves marcianas de la máquina de videojuegos, además de los incontables golpes de las manos de El Guerras apretando los botones de disparos e incluso el sonsonete del resto de la gente y, especialmente, el insoportable del grupito de míseros pijos del barrio, desaparecía y el silencio, cual losa de cemento, tomaba por completo el Breakfast. Un instante de quietud, pánico y, paradójicamente, sonrisa sardónica de Maiq, capaz de expresarse de forma escueta coincidiendo con la desaparición de ese irreal segundo de silencio, con el topetazo sonoro del entorno y de la misma Mauser golpeando con el martillete el explosivo del proyectil.

 

-¡Hija de puta! -espetó Maiq a la par que se movía el milímetro justo a un lado para que el proyectil se incrustase en la pared y lanzara el plato que había ocupado el bocadillo de chorizo ya acabado, hacia el crio. Coincidiendo con la pequeña fuerza ejercida por el niño para apretar el vetusto gatillo del arma y la incrustación del proyectil en la pared, justo tras la nuca de El Pecas, al ser atravesada u cabeza por la bala cuando, el plato lanzado por el Maiq hacia el crío, ha sesgado su cuello provocando que su mano se moviera bruscamente, cambiando involuntariamente su objetivo. Y, su cabeza, cual bocadillo servido por El Clapton, acabe sobre el plato en el centro de la mesa de los pijos de barrio, con la consiguiente desbandad de éstos y la sangre del cuerpo infantil, antes de caer inerte contra el suelo, cual fuente desbocada, salpique de sangre nuestra mesa y a mí, más concretamente.

 

-Lo ha enviado mi madre, la muy hija de puta -exclama un sorprendentemente impoluto Maiq, obviando el caos repentino de todo alrededor, con El Clapton saliendo de la cocina hacia la barra cabreado, el resto de comensales, además de los pijs abandonando el local aterrados y aprovechando para hacer más de un “Sinpa”, es decir, yéndose sin pagar. Salvo El Guerras, que sigue enfrascado en la máquina como si no hubiese pasado nada y yo, otra vez empapado en sangre viendo como el cuerpo de El Pecas, muerto, se dobla por la cintura y provocando que su cabeza, atravesada por la bala, golpee bruscamente contra la mesa como colofón final sonoro, todo ello, con Supertramp sonando a modo de banda sonora macabra… (Continuará)

yon raga kender

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Kent – Bosquejos de Magasán Volúmen II «El mundo de otro mundo»

Kokinr

 

Un jovencísimo Pooh, levitando con su cuerpo de alrededor de dos metro y medio a poco más de un metro sobre el suelo, con su porte de Hop, de apariencia carnal, aunque, a la par, insustancial sin llegar a la transparencia. Casi solidificado por el color malva de la parte superior de su cuerpo, humanoide, y el verde azulado de la parte inferior, cubierta por una capa de escamas, gruesas y duras como el acero, recubriendo la cola similar a la de las sirenas, pero acaba en forma de porra, siempre en posición semicircular como un caballito de mar. Observa, preocupado, a través de la brillantez que creó Saiza, cual si fuese un intangible agujero de luz con forma de eneágono vertical de dieciocho metros de diámetro. Como un enorme espejo sin marco y sin reflejo con apenas noventa centímetros de ancho, pero que parece esconder en su interior un larguísimo pasadizo en cuyo final se haya el motivo de preocupación del joven Hop, un Kokinr, su homologo e igualmente jovencísimo Kent, ataviado con el identificativo largo abrigo gótico victoriano en color azul turquesa no nrgo como es habitual en los de sus especie. Éste, se halla enfrascado en una discusión con dos Kokinr y un Akakinr (Kokinr infantil), que han burlado la vigilancia de Pooh, a base de sus poderes mentales, capaces de esclavizar incluso a un Sárkero o Sárkgoo (Dragón Rojo o Dorado). Pooh, consciente de ese hecho e, incluso, ante la imagen de los cuatro Kokinr inmóviles sin emitir sonido alguno, sólo traicionando ese hermetismo con algún incontrolable e impulsivo movimiento de alguno de los tentáculos de sus rostros causado por alguna pérdida de nervios, puede casi palpar la tensión entre ellos. Si bien, gracias a las charlas que ambos, Kent y Pooh, han mantenido en los muchos momentos soporíferos inherentes a su condición de únicos Sakeezee (Vigilantes de “La Novena Puerta”). Ya que es prácticamente imposible para quien no sea Kokinr, si quiera percatarse que tienen vida, pues son capaces de mantenerse enfrascados dos o más individuos asemejando estatúas de mármol. Incluso, los pequeños deslices de movimiento de alguno de los tentáculos de sus rostros, pasan completamente desapercibidos, salvo para ellos o, como en el caso de Pooh, para alguien aleccionado o con un muy inusual trato directo y constante. Si bien, la casi esperpéntica imagen de los dos Kokinr y el Akakinr (Kokinr infantil), con sus largos abrigos góticos victorianos de Qahblarr color negro y el color azul turquesa de Kent, en mirad de la oscuridad de la cueva iluminados nimiamente por la brillantez del intangible agujero de luz con forma de eneágono vertical de dieciocho metros de diámetro, cual un enorme espejo sin marco y sin reflejo de apenas noventa centímetros de ancho. Se rompe cuando una “Uhartah (pequeña bolsa de lana o cuero, que se emplea como monedero o faltriquera), golpea en la cabeza del Kokinr adulto más cercano a Kent. Ante la sorpresa de todos, el responsable de la agresión es un descomunal Sárkgoo (Dragón Dorado) del cual, Pooh, desde la distancia, apenas llega a ver las patas delanteras y algo de la barriga.

-¡Akakinr Kinphtan!

Grita el Sárkgoo con su voz atronadora que arriba hasta Pooh, el cual, se alarma no sólo por el agravio Kinphtan, que en realidad significa algo así como estatua o efigie falsa, nacido como burla hacia los Kokinr y esa apariencia de esculturas que guardan la mayor parte del tiempo. Sin embargo, con el paso del tiempo, el insulto en sí mismo, ha dejado a un lado cualquier significado literal y, casi, podría decirse que es uno de los peores improperios que se pueden utilizar. No obstante, Pooh, está convencido, que el término Akakinr, Kokinr infantil, ha herido más los sentimientos de Kent, que el propio insulto. Porque, no hay nada peor que a un adolescente, casi un joven, le llamen niño o, en éste caso, por la entonación del Sárkgoo (Dragón Dorado), es como si le hubiese llamado niñato. Si bien, el jovencísimo Hop, no puede escuchar la reacción de su amigo ya que él no es un ser telepático, como sí lo son los Kokinr y el Sárkgoo.

-¡Soy un Sakeeze! -responde Kent telepáticamente casi, aún así, arrancando más eco a la semioscura cueva que las palabras vocalizadas por el Sárkgoo- Deberías hablarme con más respeto y, a ellos, igual, porque son Beesens cómo tú…

-¡Calla, Kinphtan! -le interrumpe el Sárkgoo-

-¡Calla, tú, Qokohnr! -espeta el Kokinr que recibió el golpe con la “Uhartah (pequeña bolsa de lana o cuero)-

Las palabras del Kokinr con su profunda y temeraria voz característica de los de su especie, aunque lejanas, si han llegado hasta Pooh, que no se explica ese cambio en el agredido Kokinr. Pronunciadas en voz alta quizá, el jovencísimo Hop es consciente que lo ha conseguido, para herir profundamente los sentimientos del Sárkgoo, ya que Qokohnr, un insulto propiamente Kokinr para todos los Sárkány (Dragones) que significaría la negación y por ello el anhelo de los Sárkány de ser Kokinr, que para los primeros los segundos son uno de los seres más odiados y, desde luego, ni siquiera un deseo postrero en lo que convertirse aún para salvar la vida. Y, a la par, igualmente que ocurrió con Kinphtan, el significado propiamente se ha olvidado pasando a entenderse como cobarde, en relación a la pronunciación del mismo, desde luego no de los Kokinr, pero si de una mayoría de especies que, erróneamente, lo identifican como la onomatopeya del cloquear de una gallina. Y, precisamente, esa última acepción es la que ha buscado el agredido Kokinr para vejar al enorme reptil inteligente antes, tras la pequeña pausa en la que casi puede ver, en el pétreo rostro del Sárkgoo (Dragón Dorado) el rojo de la ira, y continuar con su exposición.

-Sí, Qokohnr, porque esa Uhartah -mira un instante a la pequeña bolsa con la que le agredió- es en realidad la Urkoqip de un Kender, y la única manera de que uno de esos pequeños metomentodo pierda su bien más preciado, la maldita bolsa, es matándolo y, aunque me importa poco la vida de cualquier ser. Y, la de un Kender, menos, pues su cerebro no llega ni a un aperitivo, un ser cómo tu matando a otro tan insignificante no es más que una muestra de cobardía ¡Qokohnr!

-¿Me lo dice alguien como tú? -responde el Sárkgoo- Un maldito Kinphtan que intenta, como esa mierdecilla bípeda con copete ir donde no debe burlando a éste…

-¡Phaquin! -espeta Kent enfrentándose al enorme Sárkgoo- Todos sabemos quién eres, el único Sárkgoo con talante de Sárkero (Dragón Rojo),…

-¡Qué coño talante de Sárkero! -le interrumpe el aludido- Soy Phaquin, no sólo un Sárkgoo, sino el único Beesens responsable que hace lo que tú, deberías hacer, no permitir que nadie burle tu guardia, como ese maldito Kender, que también ha burlado la del idiota Hop del otro…

-Pooh, no es idiota, Phaquin, por favor -le ataja de nuevo Kent-

-Claro, si tienes razón, los idiotas fueron los que os eligieron como Sakeezee, vigilantes de esta maldita puerta, a dos casi preadolescentes como tú y ese híbrido entre una sirena, un caballito de mar y algún bosquejo de un mal pintor enamorado del número nueve ¡Sárkány, son los únicos capacitados para este puesto!

-Fueron elegidos por unanimidad -apunta el otro Kokinr- precisamente por su juventud y porque ambos pertenecen a Seerai (especies), capacitadas para moverse en todos los planos y mantener…

-¿Desde cuando un puto Hop sirve para algo? -le interrumpe Phaquin- O un puñetero Kokinr, no sois más que la escoria…

-¡Phaquin! -le interrumpe Kent- Se ha acabado, te ruego que vuelvas a… Dónde sea que habites y juegues con algún Beekány (Gigante de fuego), el único Beesens no Sárkány con los que os lleváis bien los Sárkgoo y me dejes a mí llevar a cabo la labor que se me ha encomendado.

La pétrea, altiva y, desde luego, alejada expresión del dorado reptil desde su cerca de cincuenta y cuatro metros de altura, casi está en consonancia con la irreal imagen. De los tres Kokinr y el Akakinr, Kokinr infantil, inmóviles cual estatuas, realzado en la penumbra el color negro de sus largos abrigos góticos victorianos por el azul turquesa de Kent sobre el dorado del dragón, cual si fuesen una representación pictórica. Rota por el movimiento de los tentáculos del rostro del joven Sakeezee (Guardian), percatándose de la bola de fuego y ácido que ha comenzado a nacer en el gaznate de Phaquin.

-No van a pasar, Phaquin -dice telepáticamente Kent al Sárkgoo (Dragón Dorado) a la par que eleva su levitación acercándose a las fauces del enorme reptil- Déjalos en paz.

-¡Kent, Sárkswsuer! -grita a viva voz el Akakinr (Kokinr infantil)

-¡Sárkswsuer! -repite para sí Kent- El susurro de la muerte no puede ser mi única salida .dice telepáticamente mirando a los negros y profundos ojos inyectados en sangre de Phaquin-

-¡Vais a morir los cuatro!

Le grita en su cerebro el Sárkgoo abriendo las fauces y mostrando el fuego y el ácido a punto de salir de éstas, mientras, a la par, lucha contra los tres Kokinr, incluido el Akakinr, intentando manipular su mente e inducirle a visualizar la imagen de una guarida Sárkgoo, hecha de piedra y roca donde relajarse y dormir una gran siesta. Mientras, Kent, consciente de que no va a dar resultado a tiempo el manejo de sus congéneres de la mente de Phaquin, se acerca a uno de sus oídos y, finalmente, susurra apesadumbrado. Una imagen que, Pooh, desde el otro lado y en la letanía, se niega a presenciar volviéndose de espaldas, primero apesadumbrado y casi incrédulo, después, luchando contra sí mismo y contra la innecesaria postura de Phaquin, llevando a Kent a la tan odiada tesitura de matar. Un hecho que desde que se llevara a cabo Goondnav (La gran Desaparición), abriendo Sakeelooh (La Novena Puerta), inexplicablemente, además, conllevaba Trahrd, el robo de A·ahrd, la esencia del ser asesinado. Lo cual, en sí mismo, se convertía en robar a la naturaleza y a todos los seres, algo que pertenece, precisamente a la misma existencia de la vida, pero que inexplicablemente se había instaurado de forma aparentemente irreversible. Cómo, lo supo en el instante en que, volviéndose, vio a Kent inconsciente en el suelo, sin rastro de Phaquin y, ante la mirada de sus tres congéneres que, inmutables, giran sobre sí mismos y vuelven sobre sus levitantes pasos, ignorando al joven Hop, al que casi rozan y empujan. Ajenos a los quejidos del joven Kokinr, levantándose del suelo con esfuerzo, un instante antes de polimorfizarse en Qiniunasa (Grifo), acto seguido en un desproporcionado Sárkgoo (Dragón Dorado) para pasar a Moun (Humano), intercambiando entre hombre y mujer, durante unos instantes, hasta recuperar su forma de Kokinr, con su largo abrigo gótico victoriano color azul turquesa.

-No he podido evitarlo -le dice avergonzado y emocionado a la vez a Pooh-

-Lo sé -responde el aludido- pero debes olvidar…

-Si me polimorfizo en un Hop -le interrumpe Kent- podré viajar a cualquier lugar como si fuese un Hop de verdad…

-No lo sé, Kent -continua Pooh inquieto- de momento es mejor qué…

Si quiera puede acabar, Kent se polimorfiza en un Hop pero, rápidamente, se percata, frustrado, que no puede cambiar su entorno, como sí lo hacen los Hop. Éstos, pueden hacer aparecer desde una miga de pan a una montaña, solo con la voluntad precisamente por ello, las comunidades Hop, se muestran caóticas para el resto de especies. Sus constantes cambios de orografía, arquitectura e, incluso, disposición de las aldeas a causa, principalmente por su desproporcionada inquietud y veleidad les lleva a, incluso, cambiar la estructura de sus hogares hasta tres y cuatro veces al día. Con lo que cualquier foráneo no Hop, puede hallarse en un mismo momento sin si quiera dar un paso, frente a un castillo, una choza o una piscina mientras el entorno, igualmente cambia dejando ver grandes jardines, naves vacías o todo aquello que pueda pasar por la caótica mente de un Hop. Pero, no sólo eso, además, también pueden polimorfizarse tanto en cosas como en seres vivos, si bien, a diferencia de, por ejemplo, un Sárkány (Dragón) cuya polimorfización no tiene rastro alguno del ser o, aparentemente, la personalidad qué es en realidad, en los Hop, siempre es posible reconocer los rasgos de su rostro. También pueden recorrer miles de quilómetros en el acto, si quiera ellos conocen la distancia máxima que pueden recorrer y, precisamente por ello, son prácticamente imposibles de matar pues, desaparecen casi antes de pensar en hacerlo. Sin embargo, como evidencia la expresión de Kent, de frustración y enojo, él, polimorfizado en Hop no tiene ninguna de sus actitudes.

-¡¿Por qué?! -exclama Kent un instante antes de polimorfizarse en una hermosa Moun, hacer desaparecer el larguísimo pasadizo que parece esconder en su interior el espejo sin marco y sin reflejo con apenas noventa centímetros de ancho que creó Saiza, la Vehguh, cual si fuese un intangible agujero de luz con forma de eneágono vertical de dieciocho metros de diámetro, desapareciendo de la vista del sorprendido y joven Hop.

-Ha cerrado la puerta -se dice para sí mismo Pooh- ¿Dónde vas Kent?

-¿Dónde voy? -piensa Kent palpando el cuerpo femenino de Moun revestido con una fina toga, en el centro de la enorme caverna en penumbras. Sorprendido por las voluptuosidades y cavidades del cuerpo y por la suavidad de la piel, bajo la fina tela, no puede dejar de pensar en lo que acaba de llevar a cabo. Matar a otro ser vivo, es parte de su naturaleza y, aunque quiera renegar de ella, está en su interior la falta de remordimientos por finiquitar a cualquier ser. Sin embargo, robar la esencia de otro ser y absorberla para convertirse, sin perder su condición de Kokinr, en un ser distinto y, prácticamente único que, además, aún con su supuesta rebeldía, va en contra del statu quo de colmena de su especie y de él mismo, es lo que realmente le carcome. Si bien, su extrema juventud y la novedosa propiedad de Lof·pooav (polimorfización), le dispersa y le lleva a cambiar de aspecto constantemente con la premisa, por la condición hermafrodita de su especie, de elegir género según se le antoje en cualquiera de los seres que se le antoje. Si bien, como comprobó en su Lof·pooav en Hop, no puede adoptar las particularidades de éstos, a no ser que las comparta con las de su especie o con las del Sárkgoo (Dragón Dorado). Por ello, finalmente, decide probar la más acomodable, precisamente por no tener particularidad alguna, esto es, Yió, la especie Moun. Lanzándose hacia una aventura entre humanos que, si bien en un principio, le descoloca por completo, especialmente por la innata necesidad del contacto, indeseado entre Kokinr, poco a poco le hace sentir especialmente bien. Como relataría a Pooh, en sus constantes idas venidas a lo largo de nueve años, en ésta última vuelta a su lugar como Sakezee, “Centinela de la Novena Puerta”, sorprendió a su joven amigo Hop, cuando éste se hallaba, extraordinariamente, flirteando con una joven de su especie de largo cabello fucsia cayendo cual crin de caballo desde su cabeza, ambos en el interior de un lago rodeado de frondosa y verde vegetación selvática. Que Pooh, había hecho aparecer en la semioscura y fría caverna para cortejar a la joven Hop, en uno de los lugares donde más a gusto se siente su especie y, no solo, porque es precisamente, a través de una hermosa coreografía que les llevara a unirse y convertirse en uno para llevar a cabo la procreación, sino porque aún con su peculiaridad de levitación, sus pesados cuerpos únicamente se relajan flotando en el traslúcido elemento. En el cual, inesperadamente, la luminosidad del espejo sin marco y sin reflejo con apenas noventa centímetros de ancho que creó Saiza, la Vehguh, arrancan un sinfín de destellos en la traslúcida superficie, llamando la atención de Pooh que descubre, emocionado, a su añorado amigo Kokinr al otro lado del larguísimo pasadizo que se pierde en el imposible interior del intangible agujero de luz con forma de eneágono vertical de dieciocho metros de diámetro.

-¡Kent! -espeta el joven Pooh devolviendo a la caverna su aspecto habitual y provocando, casi, que su compañera golpee contra el frío y duro suelo al hacer desaparecer el lago sin previo aviso.

-Pooh, viejo amigo -dice Kent sonriendo, ataviado con su eterno abrigo gótico victoriano en color azul turquesa y su aspecto de Kokinr, aunque únicamente quién haya tratado y mucho con su especie, es capaz de captar las expresiones en su cabeza de tentáculos-

-¿Qué pasa? ¿Quién es ese Kinphtan (Insulto vejatorio)? ¿Dónde está? ¿Y el agua? -espeta la joven Hop ofendida de forma ininteligible para Kent, con el extrañísimo y agudo tono de voz, ya que el idioma de los Hop es una mezcla entre el hipnótico de las sirenas de mar y el relinchar de un caballo, además de hablarse extremadamente rápido-

-Es el otro Sakeezee -le ataja Pooh- Quedamos en otra ocasión porque… -la joven Hop desaparece provocando una ufana y alegre sonrisa en Pooh que vuelve su atención a Kent- …¿Cómo estás? ¿Dónde has estado? Aquí ha habido muchas quejas, otra vez, por tu ausencia pero ¡Cuéntame!…

-Bien, he venido a despedirme…

(Continuará)

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«Youmeen» – Bosquejos de «Magasán» -El mundo de otro mundo (Volumen 2)

youmeen

 

 

-no sé cómo voy a…

Dice antes de cortar la comunicación una treintañera larga de blanquecina piel amarilla, cubierta con un gastado camisón azul cielo estampado con pequeños osos de peluche azul marino, igualmente desgastados. Lanzando el teléfono móvil sobre la improvisada yacija, incrustada en la estrechez del lugar. Cual si fuese una celda de apenas cuatro metros cuadrados, con retrete y pequeño lavamanos, si separación alguna, un polvoriento microondas sobre un desvencijado, pero aparentemente funcional, frigorífico junto a la pequeña mesa de pared sobre la que hay, además de un antiguo ordenador portátil, una lámpara de mesa que da luz al habitáculo entero. La mujer, de sucio y grasiento pelo liso teñido de rubio, recogido en un enredado y voluminoso moño, observa la pequeña puerta de entrada, de apenas metro veinte de altura, único orificio del lugar, con sus rasgados ojos verdes inyectados en sangre por el terror. Provocado, no sólo por su diagnosticada agorafobia, como reza uno de los muchos libros de psicología, especializada en la cultura japonesa, que hay sobre la pequeña mesita. Sino por el estruendo proveniente del exterior, incontables y ensordecedores golpes que parecen estar a punto de tirar abajo las desgastadas y semioscuras paredes que la recluyen. Si bien, no todas, si parte de ellas e, incluso una porción del oscurecido techo, son derruidas por una extraña fuerza demoledora que, aún más aterrorizada cuando observa a través del inexistente techo, proveniente de los histriónicos movimientos de un enorme ser escamoso de color rojo, antes de alzar el vuelo y marcharse echando fuego por sus fauces.

-¿Un Dragón Rojo?

Se pregunta aún más paralizada y sorprendentemente ilesa, antes de colocarse un largo y oscuro sobretodo y unas botas negras de caña alta. Guardando el teléfono móvil tras rebuscarlo entre los escombros caídos sobre la cama y abandonar el zulo del sótano ascendiendo por entre los cascotes, sorteando a duras penas todo aquello que cae sobre ella. Hasta arribar a un pequeño jardín, sin prestar atención a una joven, de apenas catorce años, ataviada con uniforme escolar perpleja ante Wiol, con su apenas metro de altura, la melena lisa y negra, que no supera la barbilla, completamente desnuda, al igual que Phaaora, a su lado, de cuerpo atlético, piel cobriza, como su corta melena, en cuya frente sobresalen dos pequeños cuernos sobre unos ojos verde oscuro. Y, Qy, a poco menos de un metro sobre el suelo, con su apenas noventa centímetros de longitud, completamente desnudo semioculto por las largas barba y melena canas, con dos enormes alas de plumas blancas, hablando un ininteligible idioma. Con el que se informan del despertar de Sárkány bajo el edificio y la huida de Wiol que, a la mujer, alejándose del lugar completamente desquiciada, arriba como el compendio de sonidos de la naturaleza que componen el lenguaje magás y que, quizá, por ese mismo conglomerado de sonidos tan ajenos a la gran ciudad, la turban aún más. Llevándola, a pocos metros de distancia, a esconderse bajo uno de los bancos de madera, tumbada en posición fetal. Incapaz de asimilar haber visto el vuelo del Dragón Rojo, de Sárkány, y. mucho menos, encontrarse en mitad de la ciudad lejos de su refugio. Agazapada bajo el banco con los ojos cerrados intentando evadirse de la realidad hasta que, como si sufriera algún tipo de enfermedad del sistema nervioso, comienza a moverse alocada golpeándose contra el suelo y el propio banco, mientras una de sus manos busca con torpeza en el bolsillo del oscuro sobretodo y extrae el teléfono móvil que no ceja de vibrar hasta que descuelga la llamada.

-¡¡¡¡¿Sííííí?!!!!… –dice histérica- …¡No!… Se ha caído eledificiohetenidosuertedequenomecallera… Vale, vale (Suspira) …Me calmo, sí… (Suspira) …estoy en los jardines cercanos… Nooo,… Debajo de un banco… -con esfuerzo, reticencia y sin dejar de mirar a un lado y a otro, sale de debajo del banco y se sienta en éste con mucha precaución- …Ya… No, hasta ahí no pued…¡¿Un taxi?! ¡No! ¡No, no, no,…! …Sí,… No, sentada en el banco,… Sí,… ¡¿Tanto?!… Vale, quince minutos… Sí,… Aquí estaré… Vale,… ¡Ajá!… Sí… ¡Ven ya!

Frente a la puerta de metal, en el centro de una gran pared toscamente enladrillada, sustituyendo la antigua gran cristalera, en el casco antiguo de la ciudad, se detiene un taxi del que desciende la joven y, a la carrera, franquea la puerta. Ya, en el interior del bar en cuyo techo hay un enorme fresco representando grandes dragones luchando contra Rakshas, con pelajes felinos acordes a sus cabezas de tigre, pantera, leopardo, etc. Bajo el cual, frente a la barra, hay unas dieciocho pequeñas mesas con cuatro sillas cada una, salvo las nueve pegadas a lo largo de las paredes, únicamente con dos, bajo apliques de pared con motivos fantásticos, desde dragones a elfos, a enanos, etc. Obviando la poca clientela, dos hombres sentados en los taburetes de la barra hablando sobre deporte, y un par más, hombre y mujer, en dos mesas bien distanciadas y enfrascados en la lectura, la joven se lanza hacia la barra donde está Broquen, el anciano de origen africano de ralo pelo cano y grandes manos artríticas centradas en la eterna limpieza, con un ajado paño, de desgastados vasos de cristal casi blancos. Que, con rapidez, deja a un lado para abrir los brazos a la joven, a la par que tras llamarla por su nombre, le habla con tono cariñoso y la acompaña a traspasar la casi invisible puerta al fondo de la barra.

-Youmeen, tranquilízate, ya estás a salvo, vamos…

Una vez en el interior del pequeño almacén donde, entre cajas de suministros, hay un desvencijado colchón con una pequeña lámpara, sobre una improvisada mesilla con una caja plástica de refrescos, Broquen deja a un lado el sobretodo y acuesta a ésta, sentándose en el borde de la cama tras arroparla.

-Youmeen, ahora…

-¿Qué me pasa, Broquen? He visto un Dragón Rojo,… ¡Un Dragón Rojo!

-Era real, Youmeen –le tranquiliza él sonriendo ante los rasgados ojos verdes abiertos como platos por la incredulidad- lo he visto en la televisión, menos mal que has podido salir ilesa porque podrías…

-Si todo el mundo ha visto un Dragón, eso significa que…

-No estás loca, Youmeen, lo sé –le ataja Broquen- siempre lo he sabido pero…

-Si son reales –le interrumpe ella incorporándose para sentarse mostrando una expresión determinada acompañada por una mirada de tremenda lucidez- eso significa que nos pueden atacar e invadir las ciudades y los pueblos.

-Esperemos que, tanto como eso, no ocurra –le responde Broquen pensativo- pero lo importante es que te hayas dado cuenta de que tu cabeza está perfectamente. Que no sufres de ninguna fobia, que…

-¿Por qué me quieres tanto, Broquen? Los recuerdos más bonitos que tengo, son contigo y…

-El día que tu madre te dejó aquí, estuve a punto de llamar a la policía…

-Mi madre –dice ella con pesar- …recuerdo poco de ella pero, no he olvidado su frase favorita “No eres mi hija, que lo sepas”. Nunca me has explicado, siempre lo has eludido, porqué me dejó contigo, porqué…

-¿Un negro enorme se quedaba con aquella pequeña japonesa? –ella asiente sonriendo amorosa aunque abrazados como están, él no puede verla- …Recuerdo como me miraban cuando te acompañaba o te iba a buscar al colegio, cogida con tu diminuta manita a la mía… Me hubiera gustado aprender más de tu cultura pero… (suspira profundamente) Tu madre,…

-¿Por qué no quiso ser mi madre? ¿Por qué me abandonó? Le interrumpe ella hablando con los labios pegados al hombro de Broquen, el cual, antes de responder la abraza con un poco más de fuerza durante un instante-

-Ella venía contigo y os sentabais en una de las mesas de la pared, las dos calladas, tú con esos ojazos clavados en tu madre, mientras ella se tomaba un café con leche que, nunca, acababa. Dejaba el dinero sobre la mesa y, tras cogerte de la mano, os marchabais sin decir una palabra…

-No me acuerdo, siempre me lo has contado pero…

-Hasta que un día, entrasteis, te dijo algo al oído, tú la miraste y con aquella carita cruzada por una expresión terriblemente triste, que rompía el corazón a quien la viera, te acercaste hacia mí, dentro de la barra, mientras tu madre daba media vuelta y se marchaba para siempre.

-¿Me abandonó sin decir nada? –pregunta Youmeen, separándose de Broquen para sentarse abrazando sus piernas y apoyando la barbilla en sus rodillas mirándole-

-Creo que te lo he dicho tantas veces o… -mira el rostro de incredulidad de ella- …No. No importa, llevabas una nota en la mano que me entregaste mientras tu madre se iba, en ella, tu madre, me pedía que me hiciera cargo de ti durante un año o quizá, dos, también ponía que en la pequeña mochila que llevabas, había unos papeles que me autorizaban a hacer uso de una cuenta corriente donde ingresarían dinero para tu manutención…

-Aún vivo de esa maldita cuenta –le interrumpe Youmee- nunca falta el dinero y… Es como si supiesen el dinero que me va a hacer falta porque…

-Cuando empezaste la universidad, el dinero de la matrícula, los libros, incluso cuando te independizaste, en la cuenta, que siempre has sabido manejar, todo hay que decirlo….

-Tú también –le interrumpe ella- porque cuando me dejaste el control de la cuenta, al cumplir los dieciocho…

-Como dejaban claro los papeles…

-Sí –vuelve a interrumpirle ella- al cumplir los dieciocho legalmente tú dejabas de tener control sobre la cuenta pero… Allí había mucho dinero, no gastaste…

-Te convertiste en mi hija, Youmeen -le interrumpe Broquen- casi desde el primer momento supe que no volverían a buscarte y… Mi padre me enseñó a trabajar y con el dinero de mi trabajo, cuidar de mi familia, nunca tuve hasta que tu llegaste y…

-Ni siquiera lo lamentaste cuando, bueno, como hasta ahora, empezaron mis fobias y…

-Sólo hay una cosa que lamento –dice él, provocando una expresión de sorpresa y algo de pavor, casi infantil al rechazo, en ella- No haber podido decidir tu nombre…

Tras un instante de silencio ambos rompen a reír y, ella, cariñosa, hace ademán de darle una patada, si bien, sin llegar si quiera a rozarle, vuelve a abrazar ambas piernas.

-¿Crees que algún día sabré por qué me abandonó o quién era mi padre?

-No lo sé, cariño, la verdad. Sí sé, dos cosas:  una, que he de volver a ocuparme del bar porque sino se van a ir sin pagar. Y, dos, esos malditos libros que leíste de las fobias que asaltan a los japoneses y que son propensos a las filias, como tú misma te estás demostrando ahora mismo, no son más que una patraña que alguien se ha inventado.

-Sí, el Dragón Rojo era real –apunta ella-

-Sí, muy real y destructor y, creo, vamos a ver más cosas para las que te necesito alerta y preparada para todo.

Ella sonríe asintiendo y vuelve a abrazar al enorme anciano el cual, tras devolverle el abrazo, la separa, besa su frente con mucho amor y, sonriendo, con mucho esfuerzo la deja sola en el almacén. Sonriendo aún más con el último comentario de ella, que le llega perfectamente audible, aun cuando cierra la pequeña puerta.

-Y, hoy mismo, nos vamos a casa, a nuestra casa, no vas a volver a dormir en el bar. Que te quede claro.

 

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«Magasán – La Fantasía se hace realidad»

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“Magasán –La Fantasía se hace realidad” (Volumen 1), narra cómo, en apenas cuarenta y ocho horas, seres de todas las especies se verán inmiscuidos en una rebelión que puede poner en peligro el planeta e, incluso, el Universo. Cual tela de araña, los distintos personajes se irán enredando en ella, especialmente féminas de bien distintas razas, incapaces de entender lo que está ocurriendo aunque la inicial premisa sea poner a salvo un poblado magás. “Magasán”, en el interior de Hely, un lugar invisible para los humanos creado en la época presumeria para salvaguardar la vida de un hijo híbrido condenado a muerte. Un hecho desconocido para la mayoría, incluidos muchos de los Dragones, encargados de mantener el equilibrio, afianzados por sus formas y protocolos establecidos y, en principio, incluso para el inesperado omnipresente Qy, un anciano magás. Sin embargo, poco a poco, comenzará a emerger que el verdadero problema, de alguna manera forzado al olvido, se gestó mucho antes de la época presumeria, cuando se creó Hely. Y que, esa inexplicable amnesia en la memoria de todos, aún desconociendo que no recuerdan esa etapa, comienza a hacerse visible y a constatar los nefastos resultados de jugar con las leyes del Universo.

 

 

 

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«No hay escape» -novela

Si te gustaron los bosquejos de «El Tato», aquí tienes la novela entera, «No hay escape»

 

“No hay escape” narra las venturas y desventuras de “El Tato”, un joven peninsular en Lanzarote a finales de los años ochenta. Cuando la droga estaba en pleno apogeo, era posible creer a “Decibelios” cantando “Paletas al poder” y, desde luego, cualquiera de las diferentes tribus urbanas aceptaban el “No future” de los “Sex Pistols”. Con aquel “¿A quién le importa?” de Alaska como lema, “El Tato” arriba a la isla sin objetivos ni sueños, con el único deseo de no imitar el que para él, y para la mayoría de jóvenes de aquellos años, era el sinsentido de la vida de sus padres. Lanzándose de lleno al mundo del “Skuater” (Casa ocupada), el sexo, el alcohol, las drogas y un disfrutar, no del día a día, sino del minuto a minuto sin importar otra cosa que no sea apurar cada segundo de su vida. Hasta que la desgracia, casi con un “Alégrame el día, Baby” de “Harry, el Sucio”, provocada por un narcotraficante gitano que implicará, de forma muy particular a la policía, convierte su vida en un auténtico infierno del que, probablemente, “No hay escape”.

 

Novela: No hay escape

De momento sólo está en formato e.book, en breve, en tapa blanda.

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“No hay escape” narra las venturas y desventuras de “El Tato”, un joven peninsular en Lanzarote a finales de los años ochenta. Cuando la droga estaba en pleno apogeo, era posible creer a “Decibelios” cantando “Paletas al poder” y, desde luego, cualquiera de las diferentes tribus urbanas aceptaban el “No future” de los “Sex Pistols”. Con aquel “¿A quién le importa?” de Alaska como lema, “El Tato” arriba a la isla sin objetivos ni sueños, con el único deseo de no imitar el que para él, y para la mayoría de jóvenes de aquellos años, era el sinsentido de la vida de sus padres. Lanzándose de lleno al mundo del “Skuater” (Casa ocupada), el sexo, el alcohol, las drogas y un disfrutar, no del día a día, sino del minuto a minuto sin importar otra cosa que no sea apurar cada segundo de su vida. Hasta que la desgracia, casi con un “Alégrame el día, Baby” de “Harry, el Sucio”, provocada por un narcotraficante gitano que implicará, de forma muy particular a la policía, convierte su vida en un auténtico infierno del que, probablemente, “No hay escape”.Portada

El invierno de la Cigarra

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Los tiempos nuevos no están intrínsecamente ligados a tiempos salvajes y, mucho menos, a un regreso al sexo químicamente puro, quizá sí a un problema sexual o a convertirse en quien espía los juegos de los niños. Porque, aquel para siempre donde te agotas de esperar el fin, te lleva a gritar -Heil Hitler!-, recusando ser el propio ángel exterminador. Ese hombre solitario en una eterna fiesta caliente cargado de caramelos podridos que se niega, qué duda cabe, a ver más allá del conejo en el espejo y al consejo amigo “no tanta, tonto”. Mamoncetes que andan por aquí y que, como el pasado día catorce de diciembre en la Sala Apolo, de la siempre Layetana ciudad, los chicos pálidos con su postrera “Rebelión”, su último larga duración, pasaron como cita obligada de su “Rebelión Tour” por la vieja capital donde nació la defenestrada peseta, “Ilegales”.

Jorge Martínez, voz y guitarra; Willy Vijande, bajo; Jaime Belaústegui, batería; y Mike Vergara, teclados y guitarra; iniciaron los treinta y tres temas que tenían preparados con una Intro que suena mucho más en los clubs, “Danza de los Caballeros” de Prokofiev, quizá, porque esos tiempos nuevos les ha llevado a olvidar su odio por los pasodobles. Y se han convertido en suicidas de un blues secreto en el que no les importa lo que digas porque ellos son gente de bar y el resto, como las hormigas, habitan en un bosque fragante y sombrío. Aunque el público, cual si siguieran un -Me sueltan mañana-, canta cada tema con la caja de cerveza cerca empecinado en hacer mucho ruido ovacionando a la prebenda escenificada y consintiendo con orgullo todo lo que digáis que somos. Porque el respetable, cual beata y su Ave María que acepta que el corazón es un animal extraño y, no hay duda, están enamorados de Varsovia, consienten ese nuevo Chucuchá, aunque se niegan a dejar de ser un macarra y un hortera que va a toda ostia por la carretera, a montar guateques en el retrete y a ser todos unas putas pero no lo bastante. En un clima, que no clímax, perfecto para el delincuente habitual necesitado de un ambiente vaporoso y huidizo nada perjudicial en el que la chica del club de golf se siente igualmente en una fiesta, escuchando chistes rock en ya menor de quién tiene una única frase en su mente, quiero ser millonario. Así que, muévelo, insuflaban las cuerdas de Jorge poniendo cara al peligro y con los ojos abiertos, como apóstol de la lujuria y superviviente de las drogas duras que llenan sepulturas. Cual caballero de Olmedo, casi fantasma de autopista que, perdido el número de la bestia, sigue ejerciendo como en el pasado, de piloto, sin estar harto de ser el malo del lugar y, aunque su sangre ya no oculta un veneno,  espeta con ira- ¡No me toques el pelo!- Rebanando el mundo con un cuchillo que se llama educación y haciendo uso del todo está permitido, no sueña contigo, sino, quizá, con aquel -Señora, si no le gusta mi cara, cambie de canal-. Y con aquella rabia de vivir no sólo en la casa del Misterio, quizá más lento, cual Jesusito de mi vida, homenajeando a Papo sin hacer mucho ruido aún “enamorao” del héroe de los gatos, despertando en el planeta diario. Frente a ese público entregado que tampoco destruye, a lo sumo, cual Caperucita Roja, a escondidas encienden algún cigarrillo poniendo cara de Luna observando atento al segurata, a ese algo que prepara una emboscada y no a prueba de marcas, preparado para, quizá como “Ilegales”, justificar con un -Mi corazón es delicado- En definitiva, una fiesta caliente donde, casi nadie podía decir, me gusta como hueles, ante esa princesa equivocada que antaño era bestia, bestia y que ha decidido ponerse de lao porque la muerte le mira de frente. Un marciano, Ilegales, que atracó su nave en la Sala Apolo, donde todo está permitido, sin ser invasor de la capital y, quizá, con una rana metida en una lata.

yon raga kender

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